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viernes, 9 de septiembre de 2011

Un reportaje peligroso. 2ª Parte

La carta no tenía ni sello ni remitente. Lucas, sin dudarlo, preparó su maleta
y, listo para escribir el mejor reportaje de la historia, se dispuso a marchar.


Tras unas horas, llegó a un hotel situado en un pueblo, muy cercano al
pantano y pronto comenzó a notar la niebla. Aunque el hotel era grande,
solo estaba el dueño, porque el resto de personas del pueblo se habían ido,
temerosas de lo que les pudiese pasar a sus familiares.
El dueño preparó la habitación para Lucas y luego le puso la cena.


A la mañana siguiente, Lucas se despertó y el dueño había desaparecido. Tal
y como la carta decía, aquello era todo de lo más extraño.
Con todo lo necesario, (libretas, bolígrafos, cámaras y otros instrumentos)
Lucas se dirigió hacia la orilla del pantano. Cada vez que se adentraba más y
más, la niebla era mucho más espesa que al comienzo. Parecía como si fuese
controlada por algo.
Cuando por fin, bajo sus pies, notó el agua y se alegró en parte, porque al
menos no le había pasado nada.


En la orilla, no todo era muy distinto: la niebla cubría todo, y ni siquiera
podía vislumbrar sus piernas. Aquello no había pasado nunca. Ni siquiera
en la capital. Pero Lucas estaba dispuesto a llegar al fondo del asunto, fuese
como fuese.


Durante unos diez minutos estuvo dando vueltas en círculos, sin anotar
nada. Simplemente observaba y pensaba en lo famoso que se haría si escribía
un reportaje tan increíble como el que tenía en mente. Pero si no pasaba
nada, su viaje habría sido en vano, y probablemente la carta sería otra de las
bromitas de su amigo Steve.


-Como Steve tenga algo que ver con esta, seguro que esta vez se entera.- Decía
Lucas para sí, mientras seguía dando vueltas.


Pasados unos minutos más, y viendo que no pasaba nada, decidió marcharse.
Cogió sus cosas y dispuesto a dar marcha atrás, se volvió. Tan pronto como se
giró, la niebla se hizo más y más espesa, impidiéndole así, tomar el camino de
regreso.
Lucas empezó a asustarse mucho, y sin pensarlo, echó a correr. Desesperado
corría y corría, pero cada vez que pensaba que había salido, se volvía a
encontrar enfrente del pantano.
Era como un laberinto del cual no podías huir, por mucho que te esforzases.

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